Una tarde de comunicación en @educarioja

El jueves estuve en La Rioja. No soy muy de autopistas si no tengo prisa, prefiero todos esos caminos que llevan a Roma o a cualquier otro sitio, por eso, para ir de Calatayud hasta el Laurel conviene salir por la mañana y tirar hacia Soria para buscar la Sierra de Cameros para ver el Parque Natural de Sierra de Cebollera (me nevó un 15 de julio en ese puerto). Y parar en todos los pueblos de Cameros que merecen tantas visitas como parabienes (De Torrecilla era -es- mi querida Conchita Fraile, que fue -es-monja antes que fraile).

Conducir por carreteras tortuosas me encanta, confieso que (solo a veces, y más antes que ahora) me pongo en plan acelerar en las curvas, pero si me paso un tramo chulo por mi mala cabeza al volante - y disfruto de tiempo-, regreso y me lo hago despacio, y es que los Cameros hay que conducirlos con sabiduría.

Desde Torre en Cameros hasta Logroño es un paseo, pero voy sin prisa y me apetece desviarme hasta Nájera, un pueblo por donde pasé mil veces en un autobús nocturno camino de Burgos-Astorga y me decía siempre: Aquí tengo que venir. Fui en cuanto pude y muchas veces más hasta Santa María La Real, uno de esos prodigios de la arquitectura.

De Nájera a Logroño otro paso, pero si fuera como otras veces, cuando se podía dormir en la capital, el viaje me llevaría hasta Santo Domingo de la Calzada y Haro, para salirme un momentico de la región y dar otra vuelta por Elciego. Siempre recordaré la visita a la bodega de López de Heredia (a lo peor el vino no os gusta, pero la elaboración es impresionante, hasta los toneleros), la cena en los Agustinos, las noches en los dos paradores de Santo Domingo de la Calzada y lo bien que se está con una copa de viura compartiendo el quiosco de la música en la plaza jarrera una tarde de verano.

¡Ostras!, tenía que dar una ponencia en Logroño sobre no sé qué de redes sociales! Me voy corriendo. 

De Jovencico trabajé en la Pepa (la de Villafranca) y ella me enseñó a disfrutar de su tierra. Las primeras veces que fui allí, su hija pequeña (Silvia), me hablaba de la senda de los elefantes y los extraordinarios Gin-Tonics del Hamilton (no sé si seguirá abierto, pero estoy dispuesto a comprobarlo). La calle Laurel me la guardo con Vanessa de cicerone, que se ofreció en el chat de la vídeo-comunicación.

Qué poco rato me ha costado la ponencia, de hecho acabo en Logroño y me voy para casa, pero no quiero que se me acabe La Rioja, así que, como me aburren las autopistas, me voy hacia la consistente iglesia de Murillo de Leza, para preguntarle a San Esteban si la ponencia ha ido bien, camino de Arnedillo, que asienta a San Gervasio y San Germán donde pasa el Cidacos "en forma de Ballesta". 

Calahorra es mi penúltimo paso (vaya Parador más sinsustancia), pero, como en Nájera, hice un bolo y me gustó el pueblo (Leonardo era el director del CPR), lo que dan de comer y, sobre todo, esa catedral que espera, como tantas, mejores tiempos.

Hasta Rincón de Soto, un paso, que el mudéjar no solo está en Aragón ni el fútbol en el Río de la Plata (Fernado Llorente y Rubén Prado me lo atestiguan). 

Poco más hasta llegar "allá donde se cruzan los caminos" y ni "el mar se puede perseguir", que si ahora Navarra, que si ahora La Rioja, que si ahora otra vez Navarra, que si acabo de llegar a Mallén, donde uno se compró un camión a medias con otro (que sería riojano) «pa» cargar madera. Una horica hasta casa y el recuerdo de vuestra consideración más distinguida, que se decía antes.


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